Reflexión, contacto e innovación
Reflexión, contacto e innovación
Se acaba 2010 y cada cual hace, o no, balance del año y tal vez incluso balance de su vida.
Y normalmente cada uno piensa en cómo le ha ido el año, en lo que ha conseguido, en lo que ha perdido, en lo que ha disfrutado, o en lo que ha sufrido.
Debería ser un momento de reflexión serena del que aprender, en el que tomar conciencia de nuestra responsabilidad en lo acontecido, de las acciones que pusimos en marcha y no funcionaron, o de las que no nos atrevimos a lanzar y nos podrían haber ayudado. Pero eso sí, siempre con espíritu constructivo: ¿qué puedo aprender y hacer diferente la próxima vez?.
Porque es también fácil que esta reflexión se convierta en un momento de victimismo (“¿qué he hecho yo para merecer esto?”), de culpabilización de otros (“si ellos no me hubiesen dicho que lo hiciera”), de salvamento “marítimo” (“pobrecillos, tampoco se imaginaban que me saldría así”), o incluso de euforia excesiva (“¡joder, pero qué bueno soy, nada puede conmigo!”) y no siempre realista.
Creo que la forma más sana de hacer esta reflexión serena es no esperar a final de año para darnos cuenta de aquello que es importante para nuestras vidas.
Si es importante, ¿por qué no hacerlo con más regularidad, cada semana, cada día, o cada vez que algo no nos sale como nos gustaría?. Si cada vez que recibo feedback negativo valoro si le doy o no una respuesta oportunista podré aprender más, corregir más situaciones a tiempo y, sobre todo, no necesitaré esperar a final de año.
¿Y cómo consigo hacer eso?
Pues la respuesta es muy sencilla: tomando contacto contigo mismo. Trabajando desde un punto menos cognitivo y más desde lo emocional. Sintiendo lo que te llega. Parándote al darte cuenta de lo que te ha salido “rana”. Y no hacer nada, ni pensar nada, ni decir nada.
Simplemente E-S-C-U-C-H-A-R-T-E.
Escuchar a tu cuerpo, no a tu cabeza. Escuchar lo que sientes de forma general, y no a los razonamientos que justifican las decisiones propias o ajenas. Escuchar lo que te pide tu cuerpo, que por supuesto incluye a tu cabeza, pero no escuchando las cábalas mentales sino lo que te dice el conjunto de tu cuerpo.
Vamos tan deprisa por la vida que hacer este simple ejercicio es todo un lujo para la mayoría de las personas que viven al ritmo de las grandes ciudades. Por eso cuando queremos escucharnos, y no hemos aprendido aún a hacerlo nos planteamos ir a yoga, a meditación, a terapia o a coaching.
Y desde luego si no queremos escucharnos existen otras soluciones clásicas como tomar café, fumar, beber, o hacer más cosas y sobre todo, no parar para no sentir.
Porque al principio estar en contacto puede ser doloroso. Puede que prefiramos no hacerlo para no tener que cambiar nada. “Ya estoy bien como estoy”. “Yo soy así, si te gusta bien, y si no pues te j…s”. “¿Qué se le va a hacer?, no todos tenemos la misma suerte.“
Como dicen los americanos, “bullshit!”. Es decir, “¡mierda de toro!”. O traducido menos literalmente, “¡y una mierda!”.
¡Que no hombre, que no!. Eso es lo que te puedes contar como excusa para no cambiar, pero no es verdad.
La verdad es que cambiar exige coraje. Exige valentía. Y esto mismo ocurre con la innovación. Hay demasiada gente, y ahora me voy ya al mundo de la empresa, que no se atreve a desafiar lo establecido. Y no me refiero a lo establecido fuera de los límites de su frontera personal. De la funda protectora que es su piel. Me refiero a desafiar lo de dentro, las creencias limitantes, los miedos sin fundamento, o las mentiras que se dicen y que les ayudan a seguir igual.
Para muchos es preferible no estar en contacto consigo mismos para no darse cuenta de lo que sienten y evitar comenzar a plantearse cómo hacerlo.
Porque esto podría devenir, no ya en un cambio que estaría muy bien sino, en una transformación personal que sería aún mejor. Y por eso se pasan el día esperando a que sean sus jefes los que inicien el cambio, o mejor aún la transformación.
(Nota: cambio entendido como forma de hacer, frente a transformación entendido como forma de ser y de hacer).
Y claro mientras esperan a que los jefes cambien se les pasa el arroz. Y a su vez, los jefes esperan que sean sus colaboradores (o incluso sus clientes) los que cambien, y nadie decide transformarse. “¡Si ya estamos bien como estamos!”.
Eso sí, luego hay crisis. ¿Y por qué?. Pues porque mientras el exterior cambia, la mayoría hace lo necesario para no cambiar, o hacerlo lo mínimo posible, porque da mucho miedo.
De hecho lo mismo nos pasa con los políticos. Nos quejamos de su gestión, pero luego sólo reflexionamos sobre lo que hacen cada cuatro años, y a veces ni eso. Y encima el sistema que se han montado es para que a los cuatro años entren otros colegas, aunque sean de la oposición, otros cuatro años. Y en el interim poco de lo que cambian lo hacen estando en contacto con sus clientes (los ciudadanos), y desde luego nadie ni nada se transforma.
¡Pues estamos aviados!.
Aunque el caso de los políticos es peor, porque al menos en la empresa no hay que esperar cuatro años a que entre un nuevo director.
En fin, que mientras no nos pongamos en contacto, cada uno consigo mismo, no nos daremos la oportunidad de entender mejor qué necesitamos hacer para aprender de lo que nos ocurre cada día, y cambiar e incluso transformarnos con mayor frecuencia.
Mi esperanza es que cuando haya empezado a hacerlo suficiente gente, empezaremos a contactar con los demás de otra manera. A escuchar lo que nos dicen sin criticarlos, entendiéndoles, y tomando nota de lo que nos llega para mejorar nuestras relaciones.
En eso consiste en esencia la innovación centrada en el usuario. Saber escuchar con todos los sentidos lo que los usuarios necesitan, y desde ahí tomar nuevas decisiones, y satisfacer mejor o de nuevas formas las necesidades insatisfechas que nos cuentan a gritos silenciosos.
Si tan sólo supiéramos estar en contacto con nosotros mismos y con los demás, observaríamos una realidad que ahora nos pasa desapercibida.
Pues eso, que te invito de primero a entrar en contacto contigo mismo, de segundo a entrar en contacto con los demás, y de postre, las doce uvas.
¡Que tengas un Feliz 2011!.