“¿Estamos listos para cambiar?. Esperemos un poco más.”
“¿Estamos listos para cambiar?. Esperemos un poco más.”
– Felipe: “¡Joder qué frío hace!”
– Mario: “¡Y que lo digas! ¡Ayer estaba nublado, pero es que encima hoy hace un aire!”
– Felipe: “¡Ya te digo!”
– Mario (en tono melancólico): “Con lo calentitos que estaríamos ahora en la oficina si no fuese por ….”.
Hacia dos meses ya que Felipe y Mario habían salido de la empresa en la que habían estado trabajando durante más de 15 años. Aún no conseguían comprender cómo aquello podía haber acabado así. Se habían entregado a hacer lo que mejor sabían. Y cuanto más lo hablaban menos lo entendían.
Después de varios años creciendo, sus ventas había empezado a ralentizarse. Primero las de su empresa, y luego las de sus competidores. Como líderes del mercado fueron los que sufrieron primero el impacto. Aunque gracias a que tenían una cuota mucho mayor que el resto, consiguieron aguantar bastante tiempo sin cambiar prácticamente nada. “Somos una empresa fuerte, y aguantaremos”. Las palabras de su Presidente aún resonaban en sus oídos.
Ninguno de ellos había previsto que las nuevas tecnologías les fuesen a afectar tanto. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que no haberles prestado atención había sido su maldición.
Como siempre a posteriori es más fácil analizar lo que ha pasado.
Lo cierto es que mientras estuvieron en la empresa lo único que parecía tener sentido era mantener la empresa a flote haciendo lo que ya sabían.
Si los clientes no compraban, y la competencia apretaba en precio, sólo les quedaba un remedio, apretarse el cinturón e ir prescindiendo de aquellos trabajadores que llevasen menos tiempo en la plantilla. Según su experiencia al final las cosas tendrían que recuperarse. Siempre había sido así.
Felipe había sido el Director General y Mario el Director Financiero. Siendo dos de los directores con más responsabilidad, sentían además la presión de sus colegas de equipo. Por su puesto ellos tenían más confianza con el Presidente y sus colegas les urgían a que le planteasen cambiar la estrategia. Pero el Presidente se mostraba firme en sus planteamientos. “Siempre hemos marcado el ritmo nosotros al mercado. Ahora no vamos a entrar en pánico y empezar a cambiar porque si”.
Por eso Felipe, lejos de atreverse a una confrontación abierta replanteando cambios significativos, había mantenido prácticamente la misma estrategia: aguantar, y esperar a que viniesen tiempos mejores. En su mente se repetía a si mismo: “no estamos listos para cambiar. Esperemos un poco más”.
En el fondo se daba cuenta de que quien no estaba preparado era él. No se sentía con fuerzas para confrontar al Presidente de la compañía. Y total, era posible que tuviese razón y el mercado se recuperaría sólo más tarde o más temprano.
¡Pobre infeliz! Ahora se daba cuenta de cómo él sólo había ido minando sus posibilidades. O peor aún, las de la empresa que supuestamente dirigía. Porque al no enfrentarse a su jefe, había dejado de lado su entusiasmo y compromiso con la empresa y se había limitado a hacer lo que le decían. Toda su vida deseando estar en el puesto de Director General, y cuando lo había conseguido no había sabido hacer lo que el puesto requería.
Al final el desenlace se vio venir cada vez de forma más evidente. Después de una larga agonía en la que los resultados se mantuvieron estables en su caída, los accionistas decidieron cerrar la empresa.
Y ahora Felipe se machacaba mentalmente cada mañana en su caminata hacia la oficina del INEM.
Se preguntaba una y otra vez porqué no se había atrevido a hacer algo diferente.
¿Qué era lo peor que podía haberle pasado? Total, para acabar saliendo de la empresa al menos podría haberse atrevido a seguir sus planteamientos y lo que sus colegas sugerían.
Y lo peor de todo, lo que más le molestaba era lo que pensarían sus hijos y sus amigos.
¿Dónde estaba la coherencia entre lo que les decía cada mañana antes de irse al colegio, y lo que él había hecho esos últimos años? ¿Cómo pudo permitirse no escucharse a si mismo?
Sin embargo, cuando luego hablaba con Mario mientras esperaban a que les sellaran la cartilla, aún notaba cómo quería justificar que no pudieron hacer otra cosa.
En el fondo él sabía que no era así, pero le daba vergüenza reconocer sus errores delante de un colega.
Y entonces empezó a darse cuenta.
De joven Felipe siempre se atrevió a hacer cambios, pero a sus cuarenta y siete años sus responsabilidades familiares hacían que todo pareciera más difícil. O al menos antes del cierre de la empresa. Ahora no parecía difícil en su absoluto. Se daba cuenta de que no había querido ver el problema. Al no tener en cuenta la situación no había percibido que hubiese problemas. Y claro si no hay problema, no hacen falta nuevas soluciones.
Lo que acababa de descubrir era cómo se había saboteado. Al principio había pensado que no estaban listos, pero ahora estaba claro que había sido su ego el que le había podido. El problema no fue el de no haberse enfrentado a su jefe.
El problema fue no enfrentarse a su propio ego.
No quiso correr el riesgo de quedar mal con su jefe, y menos afrontar la posibilidad de verse despedido si éste no aceptaba sus planteamientos.
Qué pensarían en su casa, y en su círculo de amigos, o qué pensarían sus colegas del equipo de dirección. Lo que más temía era lo que había terminado pasando.
Ahora todo estaba claro. Pero ya era tarde. O al menos tarde para ese proyecto.
“¡Siguiente!” dijo el funcionario del INEM. Le tocaba el turno a Felipe. Selló su cartilla, se despidió de Mario y se fue caminando cabizbajo hacia casa.
Fin de la historia de Felipe.
Y vuelta a la tuya. ¿Cuál es tu historia? Espero que en el peor de los casos la historia de Felipe te resulte familiar a toro pasado. Que haga tiempo ya que iniciaste los cambios en su forma de liderarte que te ayuden a afrontar las dificultades cuando surgen.
Pero si por un casual la historia te resulta más cercana y tu ego aún anda campando a sus anchas por tu mente, igual es el momento de pararte a pensar. ¿Quién no está preparado para el cambio, si tu equipo, o tú?. Si te aplica esto y no te leíste mi post de los elefantes, este puede ser un buen momento para hacerlo.
Estás arriesgando tu futuro y el de la gente que trabaja contigo.
Desde dentro cuesta verlo. Pero desde fuera siempre está claro. Cuando alguien aún no ha conseguido superar su ego y/o sus miedos, pospone sine die la decisión. Busca excusas para no cambiar, y al hacerlo sacrifica su futuro y el de la organización que dirige.
Por si sientes curiosidad, esta historia ficticia, o no tanto, está basada en muchas reuniones con directivos que me han ido contando a lo largo de los últimos años como su empresa no estaba lista para cambiar.
Entre líneas yo siempre leo lo mismo. Esa afirmación es una proyección de su miedo. O como decía un libro que leí hace ya casi 25 años, “13 errors managers can make, and how you can avoid them” de W. Steven Brown, la empresa es la sombra alargada de su jefe. Y esa sombra incluye sus miedos.
Confío en que tu sombra brille con fuerza y hayas pasado un rato entretenido leyendo el post, y pensando cómo puedes seguir mejorando.
Si por el contrario algo te resuena más de la cuenta te invito a pensar qué puedes ir cambiando.
Además si lo crees conveniente, te animo a que se lo pases a quien aún no se haya dado cuenta de su necesidad de cambio. Y si quieres darle difusión en tus redes, mejor que mejor.
En cualquiera de los casos confío en que sigas atent@ a este blog. Irás encontrando artículos que te pueden resultar útiles para el propósito que buscas.
¡Por tu Auto-Liderazgo!